Bacalao en salazón, una técnica de conservación milenaria

bacalao en salazón

La historia del bacalao está profundamente ligada a las rutas marítimas y comerciales del Atlántico Norte desde hace más de mil años. Los vikingos de Noruega fueron pioneros en la pesca y conservación del bacalao, desarrollando métodos para secarlo al aire libre, lo que les permitía disponer de alimentos duraderos en sus largas travesías marítimas y colonizaciones. Más tarde, durante la Edad Media, el bacalao comenzó a comercializarse a gran escala en Europa, en particular en España y Portugal, donde se convirtió en la base de muchas recetas emblemáticas. Su arraigo aumentó notablemente debido a la influencia de la Iglesia católica, que durante la Cuaresma y otros días de ayuno prohibía el consumo de carne, haciendo del bacalao el sustituto ideal por su facilidad de conservación y valor nutritivo.

El bacalao se conserva seco y en sal por motivos prácticos y tecnológicos que se remontan a tiempos antiguos. El pescado fresco es altamente perecedero y, en las épocas donde no existía la refrigeración, resultaba imposible transportarlo a zonas del interior. Al salar el bacalao y deshidratarlo, se inhibe el desarrollo de bacterias y se extiende la vida útil del producto durante meses o incluso años, facilitando así su transporte y consumo en lugares alejados del mar. Este método, conocido como salazón, además de conservar el alimento, potencia su sabor característico y permite aprovechar sus cualidades culinarias y nutritivas mucho tiempo después de su captura. Por eso, el bacalao salado se convirtió en una pieza clave tanto en la alimentación de navegantes como en la dieta de muchas poblaciones europeas, especialmente en España y Portugal.